HABLEMOS DE MONJAS Y CONVENTOS

HABLEMOS DE MONJAS Y CONVENTOS

A partir del siglo III ya se está gestando dentro de la iglesia un movimiento que nada tiene que ver con Jesús de Nazareth, es el de grupos de mujeres que deciden no casarse y aislarse lo más posible del género opuesto, es decir, de los hombres.

Lo cual no tiene base en el movimiento que el Hijo de Dios comenzó, ni prácticamente en todo el Antiguo Testamento, a lo más es Pablo, quien posteriormente en sus cartas indica que si un padre de familia quiere que su hija no se case está bien y que aunque no tiene nada de malo el matrimonio, el que no se case hará que sirva de una mejor manera al Señor.

Pero en ningún momento indica que estas mujeres deban dejar su casa y familia para irse juntas a un lugar aislado a congregarse, y mucho menos que adquieran algo así como pavor hacia los hombres, y viceversa también, porque muchos conventos de monjes tenían a su vez también pánico hacia las mujeres.

Pero nada de esto tiene fundamento, porque de entrada Jesús no tenía ningún problema en relacionarse con mujeres, tenía amigas como Marta y María las hermanas de Lázaro, tenía seguidoras como María Magdalena y Juana la esposa de Cuza, aún hablaba con desconocidas como la mujer sirofenicia o la mujer samaritana.

Y es que, al parecer el Señor no veía nada sucio en que hombres y mujeres se relacionaran de diferentes maneras, prueba de ello es que en el Calvario es el mismo quién le encarga a Juan a su madre, y más tarde se menciona que este la recibió en su casa.

Desgraciadamente este movimiento cuya raíz se encuentra en algunos ritos de fertilidad, en los que una sacerdotisa era dedicada a un dios y esta se hacia exclusiva de ese dios por medio de la intimidad que compartía con el sacerdote que le representaba, no pudiendo así relacionarse con más hombres; fue respaldado prácticamente por casi todos los padres de la iglesia y continúa hasta nuestros días.

Ya no solo en conventos y monasterios, sino aún dentro de nuestras iglesias evangélicas, donde desde hace décadas es costumbre de muchas iglesias el separar en los cultos a los hombres de las mujeres.

Y no se diga en los seminarios, donde en ocasiones hay aún personal designado como celadores en defensa de la pureza, cuya función es evitar que hombres y mujeres convivan, no vaya a ser la de malas que en una de esas futuras siervas del Señor quede embarazada solo con la mirada de otro futuro siervo de Dios.

Y es que si Dios creó hombres y mujeres, diferentes por naturaleza y a su vez complementarios, no hay un porque para separarlos, Jesús no lo hacía, es más, el hecho de que convivan equilibra a la sociedad en sí, prueba de ello es la familia, papá y mamá son diferentes, pero el hecho de que ambos críen a los hijos tiene como resultado hijos más equilibrados que aquellos que son educados por un solo progenitor.

Porque estar en un convento no te hace santo, prueba de ello son los cientos de abortos practicados en conventos del sur de México durante el periodo de la Reforma, y es que, pues no es con la mirada precisamente como quedaron embarazadas las monjas de aquellos ayeres, ¿Verdad?

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